Tensión en el castillo de Tatti, o la imperiosa necesidad de la vida y la belleza

    Tensión en el castillo de Tatti, o la imperiosa necesidad de la vida y la belleza

    Todavía recuerdo cuando leí por primera vez, no sin cierto asombro y perplejidad, los Paseos por Roma de Stendhal. Aquella forma de contar, día a día, y de relatar cosas tan diversas, como si de notas tomadas a vuelapluma se tratara, llamó mucho mi atención, pues quizá esperaba la narración convencional de un viaje. Sin embargo, superada aquella primera extrañeza, fui consciente de cómo al leer a Stendhal “sentía”, sobre todo, diversas sensaciones, de manera que en sus diarios me era posible finalmente respirar el aroma de Italia que acabaría mezclándose, en mi caso, con una primavera real. Recuerdo, en efecto, haber comprado después en la Piazza del Pópolo una edición italiana de sus no menos famosos Roma, Nápoles y Florencia. Necesitaba seguir buscando una forma de escribir (y hacer sentir) que ya intuía como inconfundible.

    La manera de relatar el viaje es parte inherente del viaje. Ahora, cuando leo a Ilia Galán y Nicanor Gómez y los entreveo en las páginas de este precioso relato de viaje recupero de otra forma sensaciones perdidas y, ante todo, el sentido profundo de dos palabras tan básicas como conmovedoras: la (imperfecta) vida y la belleza (eterna). Un diario a dos voces es, hasta cierto punto, una suerte de paradoja dentro de este género tan unipersonal. Sí que recuerdo un libro ya clásico, Juventud en el Mundo Antiguo (Crucero universitario por el Mediterráneo), donde varios participantes en aquella mítica travesía organizada por la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid relatan, cada uno por su cuenta, aquella experiencia única que tuvo lugar a comienzos de los años 30. Sin embargo, en el libro que reseño, y a manera de lo que solían practicar trovadores frente a juglares, ambos autores crean una “tensión” poética al narrar cada uno alternativamente el relato de unos mismos hechos, día a día. Esta forma de combinar dos maneras de ver el viaje, con diálogos implícitos entre los testimonios, confiere al relato algo de aquel antiguo recurso consistente en referir versiones complementarias de lo acontecido. Así fue como nos contaron su versión de la Guerra de Troya diferentes personajes más o menos históricos y míticos.