Bardomeras y meandros, por Mateo Marco Amorós

    Bardomeras y meandros, por Mateo Marco Amorós

    Fotografía / Joaquín Marín

    Hace años, naciendo nuestros afanes literarios, en uno de aquellos poemas de juventud, comparábamos nuestro sentir poético con la generosidad del almendro, árbol que arriesga su floración a las heladas del invierno. Y es que no conocemos poeta que en el desnudarse que exigen algunos poemas, no lo sea a tumba abierta, a pecho descubierto, abriéndose en canal, expuesto a la intemperie. «A la intemperie» es locución adverbial que la RAE define como «a cielo descubierto, sin techo ni otro reparo alguno». Así José Luis Zerón Huguet, poeta sin reparo alguno, en su poemario titulado precisamente «Intemperie».

    El libro es fruto de la conjunción de dos poemarios: «Solumbre», revisión y recreación del homónimo publicado en 1993; y «El vértigo y la serenidad», compilación de poemas difundidos en diversos medios unos, inéditos otros. Pero «Intemperie», al margen de la suma, antes que díptico resulta un poemario integral. Así lo considera el propio autor.

    Conociendo a Zerón, el título nos parece preciso. No es la primera vez que hemos visto en el poeta oriolano, menos reconocido de lo que se merece como apuntó el otro día Jesús Serna Quijada en la presentación de «Intemperie», al geógrafo de campo que apreciamos en Reclus. En el caso concreto de Zerón un geógrafo poeta que con su educada mirada y excelente verbo retrata de manera exquisita, expuesto al tiempo atmosférico, paisajes y, expuesto al tiempo vital, los sentimientos.

    Respecto a la revisión de «Solumbre» bien saben quienes escriben que la tarea literaria, si se quiere honrada, acarrea como pena de Sísifo la tortura derivada de la imposibilidad de poder leer relajadamente lo propio que uno ha escrito. Porque lo que uno ha escrito, hoy como ayer, nunca lo puede leer quien lo escribe sino perennemente corrigiéndolo. Por otra parte con «El vértigo y la serenidad», Zerón vuelve a seducirnos en el juego de las dicotomías. Recordemos otros títulos del poeta: «De exilios y moradas» o «Perplejidades y certezas». Mas lo dicho: «Intemperie» resulta uno antes que dos. Y ese uno se concentra, nos parece, en un punzante verso: «Es duro el amanecer para el inocente».