Cruzamos el puente de los espejos con… Juan Lozano Felices: Memoria de lo infinito

    Cruzamos el puente de los espejos con… Juan Lozano Felices: Memoria de lo infinito

    CRUZAMOS EL PUENTE DE LOS ESPEJOS CON… JUAN LOZANO FELICES: MEMORIA DE LO INFINITO

    Publicado por Esther Abellán Rodes | 03 Nov 2020 

    “Aceptemos el universo, / la continua transformación de la materia. / Aceptemos los libros y las herencias, / la voluntad de cambio, la plenitud estival. / Decretemos la edad de los prodigios / y frecuentemos los espejismos / si multiplican los besos. / Seamos capaces de derrochar / la épica azul de las canciones del verano”.

    Juan Lozano Felices (Elche, 1963) trabaja como funcionario al servicio de la Consellería de Justicia, Interior y Administración Pública de la Generalitat Valenciana. Durante los años ochenta comenzó a desarrollar su actividad poética en diversas revistas, fanzines y libros colectivos. En 1987 fue socio cofundador de la Asociación Cultural Frutos del Tiempo. Actualmente, colabora con reseñas literarias en distintos medios y con el espacio Mosaicum, de divulgación musical, en la web Frutos del Tiempo.

    Aunque su primer poemario publicado es Tempo di valse(Ediciones Inauditas, 1987), considera su primer libro de madurez Soliloquio del auriga (Ed. Falsirena, Colección Papeles de Recanati; 2013), al que le siguen el mini poemario El nadador del crepúsculo(revista Empireuma. Número Conmemorativo 30 Aniversario. Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Orihuela; 2015), la plaquette Naturalmente, amarte (Frutos del Tiempo. Colección Lunara Plaquettes; 2019) y Memoria de lo infinito (Ed. Sapere Aude. Colección Ad-Versum; 2020).

    Mirar a nuestro alrededor con la conciencia abierta es enfrentarnos a la complejidad del infinito, de la naturaleza perenne de ciertas cosas que, a pesar de la fugacidad de la vida, permanecen más allá de nosotros mismos. Desde esta perspectiva, es posible abarcar las cuestiones vitales con el impulso de aquel que sin buscar el camino lo recorre de manera decidida y enérgica, que asume la cotidianidad como un tesoro que florece a través del pensamiento y la lógica. Así, el poeta se descubre en su propia escritura, con actitud serena ante las derrotas, con la templanza ante el amor y el asombro que acompaña el día a día.

    “Me tomo la libertad / de existir deliberadamente, / de pedirte tres segundos de devoción / y dos de efervescencia. / De manufacturar emociones / y de llevar un haber y un debe. / De resistir a las profecías / y a los cálculos adversos. / De abrazarte sin rodeos / como si fueras una isla, / y bajo tu protección, de pronto, / hacerme torpemente pequeño”.

    La juventud que se escapa perdura en nosotros, en esa madurez inevitable que mira con nostalgia el pasado y sabe que el presente es la única posibilidad. Desde ese punto, llegamos a una concepción vitalista de la existencia; a un estado que, a pesar del escepticismo, celebra los símbolos. Las pequeñas cosas se asumen como belleza, como impulso, como justificación de la felicidad y sus contradicciones.

    “Recordad que fuimos jóvenes, / que los propósitos mundanos / nos hicieron parecer elegantes. / Que acudimos a las últimas fiestas, / perpetuando lo divino en los espejos. / Hoy escribimos para tomar distancia / y milimetramos la derrota como un arte. / Y pensamos que acaso la belleza, / acechante desde cualquier punto, / nos brindase entonces / la sublime imprudencia de vivir”.

    En Memoria de lo infinito, Juan Lozano reconstruye el espacio cotidiano para hacer un ejercicio introspectivo sobre la manera de estar en el mundo. Con talante calmado, perfila cada poema para que en él habiten todas las preguntas, todas las mentiras y las verdades que conforman nuestras creencias y nos enseñan a vivir asumiendo los golpes como un ingrediente más de la vida. Tras el ímpetu irresponsable de la inexperiencia, la ilusión se convierte en una verdad que trasciende y busca más allá de lo matérico; que intenta explicarse sin más pretensión que la propia realidad.

    “Se han ido los héroes / de sueños clavados en los brazos, / aquellos que derrocharon sus herencias / como si no tuvieran un pasado. / Aquellos que aún aguardan / el sortilegio de un treinta de febrero, / con la fe de los que todo lo ganaron / y todo lo perdieron. / Con la credencial / de los que fueron amados / y las armas rindieron / y a sus espejismos se entregaron. / Se ha ido, lo sabes, / el último deseo, / la última chispa en la bujía”.

    Los miedos, las sombras, la memoria se objetivan para mantener el equilibrio. Aparece entonces la figura ilusoria del que es capaz de escapar, de aquel que surca el lenguaje y respira con el ejercicio mágico de la escritura. A pesar de todo, el realismo hace que el autor huya del malditismo y asuma que la poesía es parte de la herida.

    “Einstein gira en círculo con su bicicleta / y el universo mantiene su equilibrio. / Sabes que la poesía no salva a nadie, / la teoría de la relatividad tampoco. / Tampoco El Capital, / ni el Libro Rojo de Mao, / ni el Mein Kampf, / ni La Biblia o El Corán. // Pero si dejas de pedalear, / bien lo sabía Einstein, / morderás el polvo. // Lo que aún no sabes / es que no importa el abismo / sino el miedo a caer”.

    Llegamos pues a la luz, a esa comprensión celebrativa de lo que nos rodea. El paisaje se llena de amor, gratitud y esperanza, de sentimientos que nos empujan hacia delante sin perder de vista la sucesión de derrotas que conforman la vida. Lo usual es parte del viaje y, a pesar de que nada nos ampara, tenemos que seguir la ruta.

    “Si hoy fuese el último día / aún apilaría leña para el invierno. / Aún llamaría a mi buen camarada / y hablaríamos con gratitud / de la espuma de los días pasados. / Aún tomaría mi pastilla para la tensión / y dejaría marcada la página de un libro. / Cerraría la puerta de la casa, / no fuesen a entrar ladrones / y pediría un deseo por cada vuelta de llave”.

    Juan Lozano Felices es un poeta de voz pausada. Sus alusiones culturalistas aportan a los versos el tono preciso de aquel que no busca nada, pero lo encuentra. Las imágenes se crean de manera natural y cada símbolo repercute directamente en el estado meditativo del que se acerca a su obra. De este modo, entramos en el planteamiento de la verticalidad de la vida, en esa sensación necesaria de buscar más allá de lo sensible. Dice el autor que “es tiempo de cambios, / de deshacernos de lo viejo / y presentarnos con lo puesto. / Es tiempo de morder hurañamente la vida”. Sigamos en el camino. Leamos.