Desesperación y crítica en «Derramado en el cauce: reflexiones sobre un mundo descreído
Fernando transmite en Derramado en el cauce una desesperación de corte romántico, ya que hay un sentimiento trágico y una postura hiperbólica en sus postulados, a pesar de la reflexión precisa (de ahí el título mismo), que no cae en ingeniosidades desmitificadoras de poco fuste ni en la ironía continuada y empachosa propias del posmodernismo. Su tono ágil y fluido resulta más bien solemne, y no lo digo en el peor sentido. Comparto, con mayor o menor intensidad, este discurso disruptivo como una toma de conciencia radical sobre la pérdida de fe en un mundo encaminado a la catástrofe por la prepotencia y las ansias de poder del ser humano, y comprendo la intempestividad reflexiva de Fernando, fruto de una crisis personal que ya asomó en su último poemario publicado, La apoteosis de la inercia.
La rotundidad con que se expresa el autor en este libro esconde dudas e incertidumbres, lo cual no es negativo, pues la duda, si no deviene en pusilanimidad, puede ser preventiva e incluso enriquecedora. El autor se mueve entre la necesidad de escribir y de trascender, y el deseo de detenerse y no tener grandes expectativas. Derramado en el cauce dialoga con varios autores; Javier Puig menciona a Comte-Sponville, Lao Tse y Wittgenstein, quienes abogaban por el silencio ante aquello que resulta inexpresable. Fernando Mañogil insiste una y otra vez en la inutilidad de la escritura, ya que para él ni siquiera sirve «para importunar el silencio».
En definitiva, Derramado en el cauce es un ensayo inclasificable, corrosivo en sus certezas e incertidumbres, rebelde sin pretensiones ni respuestas, valiente y bien escrito, con una claridad expositiva libre de artificios, a pesar de que el autor afirme haber dejado de creer en el lenguaje y reniegue del pensamiento. Sin duda, no dejará indiferentes a los lectores.