Esther Abellán: «Huyo de la concreción, prefiero las imágenes y que cada cual construya su propia realidad»

    Esther Abellán: «Huyo de la concreción, prefiero las imágenes y que cada cual construya su propia realidad»

    Ada Soriano entrevista a la poeta villenense, que publica 'Pasado en la boca', «un mar de soledades» que nos hace meditar sobre el origen y la causa del ser humano.

    / una entrevista de Ada Soriano /

    La editorial Sapere Aude acaba de publicar Pasado en la boca, cuya autora es la poeta y actriz Esther Abellán (Villena, 1971). La autora nos remite a «un mar de soledades» que nos hace meditar sobre el origen y la causa del ser humano, como bien se deduce en estos versos: «Años de historia entre pliegues de luz,/ calmada soledad entre recuerdos/ que dan sentido a la vida, a la muerte». No se trata en absoluto de una obra meramente descriptiva. Esther contempla el mar Mediterráneo con nostalgia, vitalidad y afán reflexivo, y al mismo tiempo se fusiona con sus aguas, con sus exhalaciones y su indiscutible luz cegadora. El mar como «esperanza que se arruga/ y revive al amanecer». Esther ha trenzando, desde la emoción y el conocimiento, un conjunto de poemas que vienen a ser un único poema debido a su carácter unitario. Apunta José Luis Zerón en el sustancioso prólogo a este Pasado en la boca que «la suya es una voz poética de sólidas cadencias y de cálida y penetrante adjetivación que nos habla de la experiencia propia sin recurrir a anécdotas autobiográficas ni a vanidades exhibicionistas, atenta solamente a una visión personal del mundo de alcance universal». Desde el mar que ella conoce y ama, el mar Mediterráneo, matriz, madre que engendra y arrulla, madre que espera a quien la siente, Esther Abellán recuerda lo ya vivido en el luminoso vientre oscilante y confiesa con cierta preocupación: «Tengo miedo a que la transparencia/ circule por otras venas y la tierra/ se trague todos nuestros recuerdos».

    Esther, atestigua José Luis Zerón en el prólogo que Pasado en la boca nace de tu colaboración en un proyecto artístico con el fotógrafo Roberto Cabezas.

    Así es. Siempre me ha gustado compartir con otros artistas y abrir horizontes nuevos a través de la escritura. En 2016 Roberto trabajaba en una exposición de collages llamada Oniris y, sin conocernos personalmente, a través de un amigo común, colaboré con algunos poemas expresamente escritos para su colección. El resultado fue impactante para los dos. Tras ese trabajo, seguimos nuestro intercambio artístico en otros proyectos y así llegó Maremagnum, varias series de fotografías de nuestro mar Mediterráneo donde la luz y el color priman sobre todas las cosas; donde la figura humana casi no existe; donde todo es costa y silencio. El trabajo fue intenso, más de treinta poemas y otras tantas fotografías en las que nos sumergimos durante muchos meses. Tras la exposición en 2018 y la elaboración de un libro de arte que sumaba las dos líneas de creación, yo seguí mi indagación en los paisajes y los símbolos.

    ¿Qué función cumplen los textos en prosa que intercalas entre los cuarenta y seis poemas?

    En realidad, el sentido de las prosas lo encontré a posteriori, una vez que me detuve ante el material escrito. El nacimiento de este libro no fue fácil. La condición inicial de las imágenes y mi empatía con su autor me llevaban a lugares desconocidos, distintos de los que yo transito a la hora de escribir. Fue entonces, al reorganizar y revisar, cuando necesitaba vínculos que me condujesen hacia mí misma, hacia mi pensamiento y mi estructura emocional. En este proceso aparecieron estas prosas: reflexiones sobre la luz, sobre la poesía y todos sus aledaños interiores, sobre la finitud del ser, sobre los recuerdos y el olvido… Me pareció interesante incluirlas porque pausaban o rompían la lectura, abrían otro espacio en lo que podría ser un solo poema, tal y como señala en el prólogo José Luis Zerón.

    Observo en este libro una evolución. Diría, más bien, cambios notables de estilo respecto a tus poemarios anteriores. ¿Cuál es tu opinión?

    Pienso que este libro es muy diferente a lo que he publicado hasta ahora. Siempre me ha interesado mucho el pensamiento, la filosofía que se une de manera irremediable a lo poético. Los primeros poemarios eran como abrir la caja de Pandora; como una explosión y una necesidad de decir, de identificarme. Quizá los podría definir como precipitados, pero necesarios. El amor, para mí, representa el eje central de la existencia y creo que por eso ha llenado, en toda su amplitud, casi todas las páginas de mis anteriores libros. Te confieso que también porque es posible que sea el tema con el que más he necesitado pronunciarme. Ahora, en el momento actual, mi emocionalidad se permite otros derroteros y ha llegado la hora de poder bucear en todos los silencios. A veces hablo de la mística que trasciende cualquier creencia religiosa, de la que nace del espíritu en abstracto y renace en uno mismo a través del arte o de otras disciplinas. Creo que es de eso de lo que quiero conversar, al menos en el presente.

    Recientemente declaró Alberto Chessa en una entrevista: «Cualquier libro con mi nombre duerme su primera noche debajo de la almohada». ¿Sientes tú algo parecido?

    Creo que si lo dejara debajo de la almohada no podría pegar ojo. Es una gran emoción. Me cuesta mucho compartir mis poemas y, cuando lo hago, el nerviosismo es inevitable. Un libro es un desprendimiento absoluto, una desnudez y un vértigo indescriptible; una sensación de fragilidad y de exposición que me hace feliz y al mismo tiempo me encoge las entrañas. Yo prefiero dejarlo ir, cuidarlo pero sin mucho apego. Ya no me pertenece. Al decirte esto me doy cuenta de que el acto de la escritura es algo muy contradictorio: da miedo salir afuera pero no lo puedes evitar.

    Me he detenido en una de tus citas, en los dos versos que expones de Francisca Aguirre. No puedo evitar recordar la muerte reciente de su hija Guadalupe Grande el pasado mes de enero. ¿Qué se te pasa por la cabeza cuando muere un poeta?

    Normalmente no suelo usar muchas citas. En Pasado en la boca he necesitado acompañarme de algunos de mis imprescindibles; de los autores que siempre me acogen. Soy una afanosa lectora de poesía y pienso que, a pesar del dolor que se siente cuando alguien cercano a ti se va, el poeta nunca muere. También en el caso de aquellos cuya obra tiene poca trascendencia. Me vienen a la cabeza las palabras de un escritor hindú, filósofo y espiritualista, que decía algo así: con que una sola persona te lea, ya has cumplido tu cometido. La poesía es algo muy profundo. Cada cual sabe qué poetas lo acompañan en su rincón secreto. En el mío hay algunos que tal vez te sorprenderían.

    «¿Muere el poema ante la coherencia de las palabras?». ¿Por qué «persistimos siempre en lo invisible»?

    Estas dos afirmaciones representan mi manera de entender el hecho poético; mi necesidad de buscar más allá; de sobrepasar los límites de lo meramente matérico o sensitivo y orientar mi intuición hacia horizontes complejos. Desde niña adoro el silencio: se escucha mejor la vida. Por eso soy de las que, sin acercarse a idearios o creencias concretas, persiste en lo invisible. Huyo de la concreción, prefiero las imágenes y que cada cual construya su propia realidad. Tanto es así que, a veces, edifico parejas imposibles, palabras que juntas resuenan demasiado contundentes, no lo puedo evitar.

    En este mar que «siempre te trae de regreso», siento soledad y necesidad de compañía. ¿Es así? ¿Es «la poesía un mar de soledades»?

    La soledad se puede entender de muchas maneras. Mi poesía no es un jardín de rosas, precisamente. Tengo algo de trágica y oscura. Cuando escribo, siempre me dejo llevar y el subconsciente es bastante testarudo en este aspecto. A pesar de que soy vitalista y me encanta compartir y saborear entre amigos buenos ratos de poesía, cuando hablamos de creación es otro cantar. Necesito la soledad interior (que no la física) para escribir y creo que la poesía es un camino para transitarlo con calma y sin tumultos. En cuanto a los recuerdos, inevitablemente siempre vuelven, con mayor o menor intensidad. ¿Crees en la posibilidad del olvido? Yo no. Solo creo en el silencio y en la fuerza para seguir nuestro propio camino.

    Cierto es que no todo cae en el olvido. Por eso quiero preguntarte por el programa de radio enfocado a la poesía que has dirigido durante años junto a Begoña Rodríguez: Conectados en la noche. ¿Cómo surgió? ¿Qué pautas seguisteis?

    Conectados en la noche ha sido trascendental para mí. Todo empezó de manera casual, por sorpresa. A través del colectivo de escritores Gramática Parda conocí a Begoña allá por 2015. En aquel momento yo acababa de sacar el poemario En la alcoba de Venus y me invitó a la radio. Ella llevaba sola el programa y leía relatos cortos, reflexiones, poemas y ocasionalmente hacía alguna entrevista. Quería darle un giro. Como diría Eugenio Montejo,«La tierra giró musicalmente/ llevándonos a bordo». Así empezamos a colaborar y, sin darnos cuenta, la poesía lo invadió todo. Nos convertimos en un espacio donde, semana tras semana, nos visitaba un poeta para dialogar durante una hora sobre su obra. El estudio de Conectados en la noche ha sido un lugar de encuentro, reflexión, amistad y afectos. Después de cinco intensas temporadas, decidí tomarme un descanso. El programa siguió con otro equipo y algunos cambios en el formato. Actualmente, mis encuentros con los poetas han tomado forma en el artículo semanal Cruzamos el Puente de los Espejos con…, publicado en la revista cultural Loblanc. El medio ha cambiado, pero la intención es la misma: visibilizar a los poetas y animar a la lectura.

    También impartes talleres de escritura tanto a adultos como a niños. ¿Cuál es el enfoque? ¿Qué género prima?

    Los talleres que impartimos, aunque también se escribe, no son exactamente de escritura. Nuestra filosofía es acercar la poesía de una manera lúdica y cercana; que los asistentes disfruten y aprendan. Mis compañeros y yo nos centramos en dar a conocer autores, mejorar la lectura expresiva e incluso abrir puertas para sentir la poesía a través de la escena. Trabajar con niños implica mucha energía y el movimiento es fundamental cuando quieres que lean y se interesen por algo que, en principio, les resulta ajeno. Igual que con jóvenes y adultos, todos llevamos dentro la poesía, pero tenemos que descubrirla. La poesía experimental es también muy interesante y, a través de ella, podemos aunar diferentes formas de expresión artística. Los cuentos están presentes en nuestras actividades, pero son los versos los que siempre aparecen, de una manera u otra.

    Hay poetas especializados en poesía infantil. ¿Piensas que se valora realmente su creación poética o simplemente quedan relegados a lecturas impuestas a los niños?

    Dice un amigo mío, que publica cuadernos ilustrados, que él escribe para seres sensibles. Nuestros talleres infantiles van dirigidos para niños de hasta 99 años… El ritmo y la musicalidad es algo que todos llevamos dentro y, por eso, quiero creer que no existe edad para la poesía. Inevitablemente, los temas, la estética, el lenguaje, deben ser adecuados para las distintas facetas de la vida, pero mejor dibujar fronteras movibles; que cada cual las ponga donde quiera. Desde mi punto de vista, los adultos que no se acerquen a los poetas especializados en poesía infantil se están perdiendo mucho. Decía Lope de Vega: «Salió un ratón barbicano,/ colilargo, hociquirromo/ y encrespando el grueso lomo,/ dijo al senado romano,/ después de hablar culto un rato:/ —¿Quién de todos ha de ser/ el que se atreva a poner/ ese cascabel al gato?».Leamos y divirtámonos.

    Para concluir, vuelvo a Pasado en la boca, al «vientre oscilante». ¿Podemos afirmar que estrechas tus lazos con el mar Mediterráneo en un deseo de continuidad a pesar de la nostalgia? ¿Lo reivindicas?

    El mar Mediterráneo es mi casa, mi país. Al escribir Pasado en la boca tuve la sensación de que era la primera vez que le escribía al mar. Revisé textos anteriores y mi sorpresa es que siempre ha estado presente, que, de una manera o de otra, sus contradicciones, sus mil caras, aparecen siempre como una semilla que me germina el vientre y hace que mis horizontes tengan luz. Además, en mi imaginario es el espejo de la naturaleza humana; es símbolo de inmensidad frente a nuestra existencia finita, de fuerza frente a la fragilidad, de calma frente a la incertidumbre, de perspectiva ante el presente inevitable. Mi viaje siempre comienza en el Mediterráneo. También espero que acabe en él. No es reivindicación, es libertad.


    Ada Soriano (Orihuela, 1963), dedicada desde temprano a la actividad cultural, fue codirectora de la revista de creación literaria Empireuma y colaboradora de la revista sociocultural La Lucerna. Ha publicado las plaquetas Anúteba(Empireuma, 1987) y Alimentando lluvias (Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 2000), así como los libros de poemas Luna esplendente o sol que no se oculta(Empireuma, 1993), Como abrir una puerta que da al mar(Biblioteca Pública Fernando de Loazes, 2000), Poemas de amor (Fundación Cultural Miguel Hernández, 2010), Principio y fin de la soledad (Cátedra Arzobispo de Loazes, Universidad de Alicante, 2011), Cruzar el cielo(Celesta, 2016) y Dondequiera que vague el día(Ars Poetica, 2018). Asimismo ha publicado No dejemos de hablar, entrevistas a 19 poetas (Polibea, 2019) Ha colaborado en diversas revistas literarias y ha sido incluida en varias antologías.