Juan Lozano Felices: «Uno no busca el poema, es la idea poética la que se manifiesta ante ti»

    Juan Lozano Felices: «Uno no busca el poema, es la idea poética la que se manifiesta ante ti»

    Juan Lozano Felices: «Uno no busca el poema, es la idea poética la que se manifiesta ante ti»

    / una entrevista de Ada Soriano /

    Dice un conocido proverbio alemán: «Mira a las estrellas, pero no te olvides de encender la lumbre en el hogar». Así es la poesía de Juan Lozano Felices (Elche, 1963): apasionada, inteligente y responsable. Así lo demuestra en Memoria de lo infinito (Sapere Aude, 2020): «Que no quiero que me digan/ que fui un poeta maldito./ Que quiero que digan/ que fui un buen esposo/ y un buen padre», del poema titulado «Post mortem».

    Conmueve su exquisita sensibilidad y el valor que demuestra al exponer sus convicciones, además de los lúcidos destellos en las imágenes que hacen alusión a la vida cotidiana. Como bien dice José Luis Zerón, autor del prólogo para esta Memoria, estamos ante «una poesía de repliegues interiores y aproximaciones a las cosas tangibles, que genera una impresión de hondura vitalista y dinámica».

    Ha de tenerse en cuenta que tanto José Luis Zerón como Juan Lozano gozan de una sobrada capacidad analítica. Excelente prólogo, por tanto, para una obra que bien lo merece.

    Deseo resaltar, y no es un mero capricho, la ilustración de la portada del libro. Se trata de una escultura de Sol Pérez que lleva por título Introspección. Y digo esto porque dicha escultura es un bucle cerrado por lo que incita a la curiosidad, a abrir la puerta para disfrutar de una poesía plagada de afirmaciones categóricas y, por qué no decirlo, proféticas, donde hay lugar para la nostalgia y la esperanza: «Porque la observación nunca/ nos hará más prudentes ni el encantamiento permanece./ Pero la debilidad que nos sostiene/ nos hará, lo sabes,/cada vez más fuertes».

    Juan Lozano Felices

    Juan, calificas tu poesía con el término depositivismo visionario. Sería interesante saber cómo surgió tan sugerente definición.

    Es un oxímoron, como seguro azar de Salinas. El positivismo es la valoración de los aspectos materiales de la realidad, que entra en colisión con lo visionario. Para definir mi poesía pensé en una aleación que representara ese choque entre la madurez cognitiva y la exigencia de recuperar una percepción, una visión más penetrante y auténtica, casi de arúspice. No es nada nuevo; es lo que Rimbaud llamaba «revelar la verdadera vida ausente». Uno no busca al poema: es la idea poética la que se manifiesta ante ti. «El poema se presenta», nos dice Valente. Y también María Zambrano hablaba de la revelación poética. Luego viene un proceso casi alquímico de desentrañar, transfigurar y representar, dentro de las posibilidades y límites del lenguaje. Es decir, de convertir la idea poética en poema y donde intervienen los diferentes recursos del lenguaje poético, el bagaje cultural que cada cual tenga y también una chispa de algo inconcreto. Todo ello conforma una mixtura que llamamos yo poético. Pero sin esa pulsión poética original, no hay nada. Tiene que darse esa imbricación entre poesía, poeta y poema. Por supuesto que se puede escribir sin esa mirada original o radical. En demasiadas ocasiones nos encontramos con poemas que solo lo son formalmente y con textos que, sin estar cortados en versos, son deudores de una mirada poética. Es necesario que un poeta entienda esto y que no pasa nada porque tenga largos periodos de inactividad poética. Siempre habrá tiempo, durante toda la vida, para escribir cuatro o cinco libros y que dos o tres puedan quedar, incluso que puedan quedar dos o tres poemas fundamentales. En poesía, es bastante. Por lo menos es como yo planteo mi trayectoria poética y a lo que aspiro, pero es que yo soy un poeta de digestión muy lenta.

    Leo en tu nota de dedicatorias que sin la poesía de José María Álvarez «seríamos menos felices y también menos libres». ¿Por qué?

    Pertenezco —pertenecemos— a una generación que anda formándose poéticamente, que anda buscando referentes, con anterioridad a la llegada de la poesía de la experiencia en los años ochenta. Sin pretender ahora hacer una valoración de lo que supuso este movimiento, lo cierto es que vino a hacer tabula rasa sobre toda una diversidad poética que había ido surgiendo con el germen de los novísimos y otros poetas coetáneos. Siendo muy joven cayó en mis manos aquel añejo ejemplar de Museo de cera publicado por la Editora Regional Murciana y también la Poesía de Cavafis traducida por Álvarez. La emoción que me embarga, como diletante, ante determinadas páginas de Montaigne o de Casanova o al escuchar un madrigal de Monteverdi o un Largo de Vivaldi es, con seguridad, deudora de la impronta alvareciana. Yo creo que la obra de José María se ha ido estructurando para las posteriores generaciones en una suerte de educación sentimental que nos ha abierto las puertas a muchas cosas y tengo el convencimiento pleno de haber aprendido de él mucho más de lo que ahora mismo soy consciente. Contestando al segundo enunciado de mi dedicatoria por el que me preguntas, ante la sociedad posmoderna Álvarez, ajeno a modas y banderías e insobornablemente refractario al pensamiento correcto, no se presenta, precisamente, con la mejor de las cartas de recomendación. El propio Álvarez no dudó en plantear su poemario Seek to know no more como un libro de resistencia; de enfrentamiento radical contra todo lo que representa el mundo actual, contra todo lo que tiene de repulsivo y terrible. No sé si asistimos al fin de la civilización tal como la conocemos, pero yo veo ahora a Álvarez como al crepuscular príncipe de Salina, espectador de un mundo que desaparece bajo la losa del acomodo, la baratería, el fraude político y la mediocridad en todos los ámbitos.

    La nostalgia es uno de los temas fundamentales de este libro. ¿Es inevitable la nostalgia, ese cristal raro?

    Es inevitable. Al vivir construimos recuerdos y al recordar nos reconstruimos. En poesía, esa reconstrucción tiene lugar a través del poema. Pero no olvidemos que es un pasado modulado estéticamente. Por eso, muchas veces lo vivencial y lo metapoético forman parte de un mismo prisma y caben en una misma reflexión. La nostalgia por el tiempo perdido, la reflexión construida en torno al tempus fugit son, ciertamente, no ya temas cardinales en mi libro: lo son también de la poesía universal. No hay que olvidar la etimología del término: nostalgia está formado por dos voces griegas, nostos, que significa «volver al hogar», y algia, «dolor». Dolor por volver al hogar. Ese hogar siempre es el pasado y, de forma más concreta, la juventud, de la que somos expulsados, como del paraíso. Ante un presente movedizo y un futuro inseguro, el pasado es el único espacio que nos acoge emocionalmente. La nostalgia, como pathos esencial, nos retroalimenta y nos vincula de forma sensitiva al espacio arcádico.

    En más de una ocasión aleccionas al lector con versos como «ahora formas parte de un grupo de riesgo». ¿Se deben evitar, pues, las corrientes de aire?

    Ese poema, «Poder decir», es lo más parecido a una poética en Memoria de lo infinito. Pero tampoco creo que esos versos que citas tengan carácter aleccionador o de advertencia. Por lo menos, no he sido consciente de ello. No se dirigen a un tú, sino al propio yo poético en construcción. Ya decía Brines refiriéndose a Cernuda aquello de que los poemas se objetivan por medio de ese o él testaferros. Pero sí; entiendo que una personalidad sensible está más expuesta. En cualquier caso, peor que una corriente de aire es el aire viciado.

    Para la segunda sección de tu libro, «Traspaso de poderes», has elegido una cita del célebre poeta Hölderlin, que tanto nos ha dado, y nos da. Escribió Jesús Munárriz al respecto de su conocida novela epistolar Hiperión o el eremita en Grecia que «la palabra ejerce el papel de puente entre lo deseado y lo existente, entre la realidad y el deseo». ¿Qué te parece esta apreciación?

    Curiosamente, esa sección a la que te refieres, «Traspaso de poderes» es la más metapoética del libro. El título hace referencia a toda la rica tradición poética que hemos recibido desde la poesía arcaica griega, a modo de traspaso de poderes. Retomando tu pregunta, la disyuntiva entre la realidad y el deseo, entre lo que pudo haber sido y no fue, nos acompaña siempre, es un conflicto permanente y la conexión siempre resulta implícita. Forma parte de un trasfondo vivencial presente en buena parte del legado de la poesía metafísica inglesa y del romanticismo alemán y que ha llegado a nuestros días sin adulterar. La poesía de Hölderlin tuvo un papel tutelar para Cernuda, que quizás sea nuestro clásico contemporáneo más cercano a esa tradición. Ese conflicto queda plasmado, de forma medular, en su obra; hasta el punto de haber servido de título para su corpus poético.

    «Todo lo amado es enigma/ que nos preserva». ¿Estás convencido de que la poesía no salva a nadie?

    La poesía no salva a nadie que la tome como lo que no es. No es una manera de sublimar nuestras frustraciones, nuestros fracasos o nuestras pérdidas. La poesía no es terapia ni ejercicio de autoayuda. La escritura poética, o más bien la pulsión poética, es una forma de mirar. De todos modos, ¿quién sabe qué es la poesía y para qué sirve y si nos salva o no? Desde el Ars poetica de Horacio, todo poeta ha tratado de responder a la misma pregunta. Indudablemente, la poesía ha mutado a lo largo del tiempo, pero yo creo o quiero creer que mantiene una esencia como acto visionario que trata de trascender el mundo físico. En cualquier caso, ya sabes que «a rose is a rose is a rose».

    Me ha sorprendido la continua aparición de la nieve en tu Memoria de lo infinito. Ha de tenerse en cuenta que este fenómeno atmosférico no suele acontecer en la ciudad en la que resides, que es, además, tu ciudad natal. ¿Por qué esa relación entre vida y nieve?

    Es algo de lo que no he sido consciente hasta ahora que lo dices, pero es cierto; incluso desde la cita rimbaudiana del inicio. Precisamente porque la nieve es un fenómeno extraño en estas latitudes, tiene algo de prodigio. Aquí la gente mayor aún recuerda, como algo mítico, una nevada que cubrió Elche en 1954, como un suceso extraordinario cuya remembranza ha ido pasando de generación en generación con ese carácter de los sucesos maravillosos. Cuando hace mucho frío, la gente mira al cielo y está predispuesta a que se repita el milagro. Por otra parte, en simbología, ligada a la altura y a la luz, la tierra cubierta de nieve representa una suerte de tierra transfigurada.

    Declaró el escritor cubano Leonardo Padura que «la literatura tiene que mirar la realidad con una cierta distancia». ¿Y la poesía?

    Es evidente que el lenguaje poético mantiene unas reglas intrínsecas que lo diferencian de la prosa a través de una serie de recursos y de la metáfora como alcaloide. Ciertamente, la poesía también se escribe, normalmente, desde la distancia. Cosa distinta, como he dicho antes, es la mirada poética o pulsión poética, que puede devenir poema o no, y tardar en todo caso meses o años en quedar expuesta en el papel y otros tantos en que llegue al lector. Cuánta menos distancia hay entre ese impulso y el poema, más frescura conserva. Mis mejores poemas son aquellos que he escrito prácticamente de tirón, pero son pocos. Normalmente, como he dicho antes, mi digestión poética es muy lenta.

    Como un balón de oxígeno, en estos tiempos empañados en que nos hallamos, ¿finalizamos nuestro diálogo con el poema que cierra el libro, caminando «vers la flamme» con la «Alegría por el sol mojado/ sobre el lomo de los delfines»?

    El título lo tomo de una pieza pianística de Scriabin que, durante algún tiempo, escuché de forma compulsiva. El poema está conectado con otro del libro, «La belleza», donde el mito de Ícaro está asociado a la contemplación de la belleza, la llama que nos puede consumir si volamos demasiado cerca. Hace poco leía una reflexión de Rafael Argullol que me ha parecido sumamente interesante y hermosa. Conectando con Stendhal o Thomas Mann, la belleza tendría, sin duda, un elemento civilizador y, por ello, levanta defensas y construye ciertos diques contra el caos. Sin ser el mejor poema del libro, «Vers la flamme» me ha acompañado durante los siete años que han pasado desde la publicación de Soliloquio del auriga hasta la aparición de Memoria de lo infinito… Está hecho de referencias estéticas y emotivas, al modo del «Poema de los dones» de Borges, aunque con una estrecha implicación vital. Sobre un esquema rítmico a través del recurso de la anadiplosis, ha ido transformándose y creciendo al acumular referencias. Es un tipo de poema estructuralmente complejo pues todo ha de quedar ensamblado dentro de un proceso mimético, de representación; y corre el riesgo de convertirse en un poema-catálogo.

    No es casualidad que aparezca al final del libro, como una especie de epílogo. Hace poco, decía Carlos Alcorta a propósito de este poema que lo veía como un intento de desmontar el componente elegíaco del libro, un salto sin red hacía una realidad alegórica. Creo que tiene toda la razón.


    Ada Soriano (Orihuela, 1963), dedicada desde temprano a la actividad cultural, fue codirectora de la revista de creación literaria Empireuma y colaboradora de la revista sociocultural La Lucerna. Ha publicado las plaquetas Anúteba(Empireuma, 1987) y Alimentando lluvias (Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 2000), así como los libros de poemas Luna esplendente o sol que no se oculta(Empireuma, 1993), Como abrir una puerta que da al mar(Biblioteca Pública Fernando de Loazes, 2000), Poemas de amor (Fundación Cultural Miguel Hernández, 2010), Principio y fin de la soledad (Cátedra Arzobispo de Loazes, Universidad de Alicante, 2011), Cruzar el cielo(Celesta, 2016) y Dondequiera que vague el día(Ars Poetica, 2018). Asimismo ha publicado No dejemos de hablar, entrevistas a 19 poetas (Polibea, 2019) Ha colaborado en diversas revistas literarias y ha sido incluida en varias antologías.