La poesía de José Luis Zerón
Por Fernando Mañogil Martínez
La poesía de José Luis Zerón Huguet siempre se ha caracterizado por ser altamente sensitiva, por ahondar en aquello que, a simple vista, queda alejado del ojo humano; es una poesía que ilumina los espacios en sombra, que capta, como una cámara de fotos, el instante. Eso mismo podemos apreciarlo en su último poemario: Intemperie, publicado con mucho cuido por la editorial Sapere Aude, en su colección Ad Versum. La creación de este libro surge, como bien dice el autor en la nota aclaratoria, por ese gusto juanramoniano de recopilar y ordenar aquellos textos que habían quedado ya descatalogados o a la espera del momento idóneo. La obra recoge dos títulos: Solumbre, publicado por Ediciones Empireuma en el año 1993 y El vértigo y la serenidad, que recoge poemas escritos entre los años 1997 y 2017. Solumbre es una amalgama de claroscuros en el que el poeta hace alarde de su intuición, fijándose en aquello que subyace en la materia, en el espíritu de las cosas, en su esencia. El poeta acude, con ojo avizor, a desarrollar aquellas cosas que merecen ser exaltadas: “El ojo horada, ahueca, penetra, rotura,/ violenta los matices,/ crea túneles y caminos./ (…) El ojo errante exalta/ la pura sed de la visión, allí donde no hay claridad abriéndole caminos/ al verde que aún no es brasa encendida”.// (“Lo que dicta la mirada”). Si algo llama la atención de este poemario es el paisaje, el cual permite desgranar estados de ánimo y reflexiones existencialistas, fundamentalmente el paso del tiempo. Encontramos cierta visión decrépita de la realidad que da lugar a la idea de la imposibilidad de restaurar aquello que ya ha sufrido los estragos del tiempo: “No es posible restaurar con nuestros dedos la telaraña”. En otros poemas, en los que José Luis Zerón penetra en la idea de incertidumbre, la visión del mundo se llega a tornar incluso apocalíptica: “Al atardecer/ resuena el grito de las fieras/ y en la bóveda del jardín/ se confunde el sonido del hacha/ con el de la guadaña./ Al atardecer/ jóvenes prometeicos/ tratan de preservar el fuego/ que parece arder/ en otro mundo,/ mas no es fuego sagrado/ el que celan,/ sino la sangre de la última luz”./ Los paisajes que suelen aparecer son, en su mayoría, otoñales, un tanto desalentadores, acordes a los estados de ánimo, podríamos decir que hay una simbiosis íntima entre ambos. En “Asfódelo” el poeta dota de protagonismo a dicha flor, la cual suscita un sentimiento encontrado. De entre lo muerto surge la vida: “Qué astucia/ la de estas flores/ que habitan/ donde todo muere/ para que a nadie se le ocurra/ convertirlas en ramo/ con que homenajear a la amada/ o adornar la casa,/ porque sería como transmitir/ un mensaje de muerte y corrupción”.// Otro tema recurrente en la poesía de Zerón es el de la imposibilidad de la palabra para nombrar aquello que resulta intangible o denota incertidumbre, el lenguaje se queda obsoleto a la hora de aludir a la naturaleza, esta sobre pasa a la condición humana: “Palabra incandescente, demorada, / vuelo silencioso de pájaro herido, / dime si puedes aún nombrar / lo que ya ardió cuando a oscuras / la memoria encierra el grito”./; pero, por otro lado, el poeta entiende que solo mediante la palabra podemos explicar el mundo, aunque sea de una manera limitada: “Eres el mundo que nombras, / todo late en tus retinas./ Es posible renacer aclimatado a la ráfaga/ de lo ya huido/ y entonar una plegaria inútil/ que no llegará al otro lado del muro. / No dejemos de nombrar el lugar”. // Si nos adentramos ya en el otro libro: El vértigo y la serenidad encontramos diversas temáticas que redundan o reflexionan, en la mayoría de los casos, en el tema de la muerte y en la indefensión del ser humano ante el mundo, este último es un lugar inhóspito y, ante esa incertidumbre, ante esa irrevocable intemperie, debemos asumir que no queda otra cosa que la aceptación de lo difuso, como podemos observar en el bellísimo poema: “Excursión a la cima”: “¿Adónde fueron los torrentes?/ Cada paso es un mundo perdido/ y un arbusto abrasado,/ y cada paso reconstruye/ el paisaje en mi imaginación sedienta./ Mis manos se aferran a las rocas grises/ y percibo el frío de la nada, / que suena como el fragor de los mares”.// IntemperieOtros poemas se acercan, sin dejar el tema antedicho, a la filosofía existencial, pues se aborda la pregunta de si hay vida después de la muerte, algo que también permite al poeta alimentar esa idea de la incertidumbre vital, en “Centinela” o el primer poema de la sección “Soliloquio intramuros” encontramos claros ejemplos de ello. También es recurrente el tema de la infancia, el regreso a lo vivido, por lo tanto, la importancia de la memoria es crucial, ella es el vehículo mediante el cual transportarnos al pasado, como podemos apreciar en la composición “La casa de la memoria”, pieza en la que el poeta se reencuentra con sus recuerdos más emotivos, los que suscita su antigua casa, la de sus padres. Se trata de una especie de encuentro con el pasado ahora ya que se acerca la vejez, ello lo dota de mayor emotividad. En el poema IV de “Soliloquio intramuros”, el poeta indaga en esta misma idea: “Soy hombre de vigilia y no de acatamiento/ y nunca, sin embargo, nunca/ olvidaré al otro que fui, / nido de extrañeza que llamamos infancia”. // Ese deseo de seguir despierto, de servir de centinela, de vigilante ante el mundo es otro aspecto muy destacable en la poesía de Zerón y se hace fehaciente en este libro, todo aquel que se llame poeta debe estar con los ojos bien abiertos, debe mantener la capacidad de sorpresa ante lo que le rodea, la fascinación ante la naturaleza sigue siendo inevitable, pese a su imperfección. Por todo esto el poeta debe ver la vida con los ojos de un niño, como ya nos decía Nietzsche, solo alejados de los prejuicios sociales podremos alcanzar la belleza de lo que nos rodea y podremos aceptar la vida. De alguna manera eso creo que es a lo que debe aspirar la poesía, a contar, sin ambages, los pormenores de la vida despojándola de cualquier tipo de banalidad. Finalmente, los poemas que cierran el libro se centran en la familia: poemas a los hijos, en los que el poeta muestra sus filias y sus fobias para con los hijos; a la pareja, a la que invita a seguir volando juntos hacia el crepúsculo, a pesar de las posibles adversidades; o a la madre, a la que homenajea tras cumplir un año de su salida del hospital; sirven de broche final y dotan al conjunto de emotividad y de un carácter más personal y biográfico, un bello poemario que merece la pena desgranar y degustar porque en él sigue dialogando el poeta del ayer y el de hoy bajo un mismo manto, el de la belleza de la palabra.