Memorial del fulgor de Mariana Bernárdez en la revista Altazor

    Memorial del fulgor de Mariana Bernárdez en la revista Altazor

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    El inalcanzable león

    Relampaguea mientras esto escribo, la fuerza del sonido afirma la belleza de lo efímero. Sorprende su inigualable arrebato donde la flor de un día[cumple su tiempo, y el aliento escapa del pecho confirmando el impensable abrazo reiterado de los siglos.

    Los objetos atestiguan el roce de su dueño, centinelas mudos que por descuido recibieron una caricia o guardaron algún secreto más allá de su filamento, ahora cruz de ofrenda funeraria las queridas cosas que no logran evitar el destino del alma. Memorable la alegoría del carro alado del Fedro cuando el auriga, entre dos fuerzas contrarias, trata de esquivar el inevitable impulso, ¿hacia dónde? Misterio.Quizá, después, ante el umbral, sea posible creer que la mano de Agamenón se detuvo, y que se arrodilló ante la puerta de los leones, y que los dioses fueron benévolos y saciaron su hambre con ambrosía, aunque de ello no haya mácula alguna, como tampoco, del derrumbe de la torre en Babel.

    Nada queda, y a la par, el mundo es signo de su alarde. La aridez de la cifra a veces ahonda en lo sublime del dentro, y la música es el otro lado que habita la ensoñación cotidiana. Sequedad implacable. Lo indudable es la oración resonando añico cuando desbroza lo yermo durante el peregrinaje a Jerusalén…

    La mirada todo lo distorsiona: el jinete y el caballo, la alforza y la aldaba, la muralla y el muro de la lamentación, el minarete y la huella de Mahoma, ¿será por el cacimbo? Es tal la calima que del arenal languidecen siluetas imprecisas…, los nombres de Dios inscritos en el viento, que caracolean por las dunas, extinguiendo su marcha en brasa inconfundible.

    La locura es la puerta hacia el desierto, salvo para quienes hayan crecido en su enjambre y hayan cazado leones en su ribera. Diótima la de Mantinea se decía pertenecer a su clan, por lo que le fue dado atender la dolencia amorosa de Sócrates. Sólo sabemos de ella lo mismo que de Aquiles, poseían una naturaleza felina, trasiego de dos ámbitos manifestado en la quietud de las pinturas dejadas en las cuevas, como si sus contornos fueran las coordenadas de un sentido más sutil de existencia: rastro antiguo cuya verdad aparece en el flagelo del silencio.

    Anverso de la historia, el dorso de lo escrito, lo otro la negatividad que destila un dilema poco andado y que erige la libación en quemadura insólita. Se toma por cierto que el lenguaje del ser ha de predicar del ser, cuando la disparidad implícita en lo semejante acusa lo contrario emergiendo de su filamento la articulación del verbo en aporía y límite, ¿de qué otro modo acometer la inmensidad si no es desde su inviabilidad? ¿Acaso el río y su estancia no son cercados en la sentencia de Heráclito el oscuro “cambiando reposa”? ¿Escapa del temblor la lengua irredenta en su inconmensurable carencia?

    Llueve y queda en su prontitud lo entreabierto. Arrebujada en el sillón pienso en la vía negativa de los éxtasis secos, ¿habré comprendido la astucia de la negación?, ¿se romperá la relación entre el lenguaje y el mundo?, ¿es necesaria la fractura para recomenzar?, y mientras desgrano mi pensamiento, lo inalcanzable ocurre: un león se adentra en el blanco del papel y escribe esto que leo.