SECUESTRO Y LIBERACIÓN DE LA BELLEZA: UNA OBRA DE TEATRO HÍBRIDA SOBRE LA GRANDEZA DEL PENSAMIENTO.

    • Fecha:03-06-2025
    SECUESTRO Y LIBERACIÓN DE LA BELLEZA: UNA OBRA DE TEATRO HÍBRIDA SOBRE LA GRANDEZA DEL PENSAMIENTO.

    Por Luis Carlos Álvaro González

    Ángela Martín del Burgo, Secuestro y liberación de la Belleza (Editorial Sapere Aude, noviembre 2024).

        La autora de Secuestro y liberación de la belleza tiene a sus espaldas una larga carrera literaria en la que ha cultivado diversos géneros. Destacan la novela, el ensayo en diversas formas, la poesía y el teatro. De esta última forma se disfraza Secuestro y liberación de la belleza. El teatro se convierte en herramienta válida para expresar lo que pretende, que es la aspiración universal del pensamiento humano cuando es auténtico: reflexionar sobre la belleza y sobre la verdad, algo que, como decimos, el arte en general, y la literatura en particular, vienen haciendo desde el comienzo de los tiempos.

    En la obra hay tres personajes que son una pura alegoría de lo que a sí mismos se llaman: Poesía, Soledad y Belleza. Lo que de hecho sucede no es que sean llamados o denominados así, sino que son invocados, como en un maleficio, o, en este caso, una ofrenda. Es a la Belleza a la que se invoca, haciéndolo con la Poesía como médium y con la Soledad como persona necesaria en su búsqueda y cultivo. Con este proceder se llega a revelar lo obvio: el secuestro de la Belleza en las sociedades contemporáneas. Estas, al ser de puro utilitarismo y consumo, ignorarían lo más noble del alma humana. A esto tan sobresaliente de nuestro proceder mental Aristóteles lo definió como la actividad del alma según la virtud. Y la virtud pura, la más elevada, deriva de la razón. La llamó virtud dianoética, porque atravesaba y superaba otras virtudes éticas, más prácticas, llevándonos a la vida auténtica, a la contemplativa, que nos acerca a los dioses siquiera por unos instantes.

    Mencionamos el instante porque la Belleza surge en efecto en intermitencias, como describiera Heidegger en los Claros del bosque. No acostumbra, como se cree, a emerger deslumbrando, sino que, por el contrario, se entrevé entre claroscuros como los de la luz que se filtra por la densidad oscura del bosque poblado. La Belleza suele, en efecto, ser desvelada solo a los ojos de los que la buscan con ahínco. Lo hace en esos instantes que nos llevan a la virtud suprema que decía Aristóteles, o a las intermitencias luminosas de lo oscuro de Heidegger. Martín del Burgo se hace consciente de esta forma discreta de revelación de la Belleza cuando hace afirmar al Poeta que veía en los entresijos la zona de sombra y de misterio en la que tú siempre te has sumergido, refiriéndose así a la Belleza (pág. 35).

    La Belleza con la Poesía como médium, ese es el quid de la cuestión de esta obra. Y la Poesía se nutrirá de la imaginación y de los sueños. En este estado de cosas los hallazgos del poeta son, paradójicamente, más sólidos que la oscura mediocritas de la vida cotidiana. Y lo son porque revelan la verdad, pareja inseparable de la Belleza, y son fieles, acompañando siempre a quien sabe llegar a ellos, sea por uno o por otro procedimiento, es decir, ya sea como el autor que revela la Belleza, ya como el lector que la busca y descubre. Siempre encontrará en esta prolífica autora una vía para un encuentro que pueda ser salvador, una buena defensa contra el poder opresivo del materialismo consumista que nos invade: Surgieron hombres y mujeres, amores y amigos que encarnaron en luminosas figuras de ficción con la honda verdad bajo el brazo. Ellos me brindaban una compañía duradera, no efímera, ni llena de mentiras y traiciones como me ocurría cuando vivía la vida con los hombres y mujeres de carne y hueso en la Realidad (pág. 32).

    La elevación del poeta tendrá sus riesgos, su coste, que en la obra se expresa recurriendo al mito de Ícaro (pág. 45), esa criatura inocente que voló sin saber que no debía acercarse al sol, porque derretiría sus frágiles alas de cera. Ese es el Poeta al caer en la realidad, impetuosa y tantas veces destructiva. Y la caída puede ser aniquiladora, es decir, alcanzar la muerte, la más ominosa y negra de las figuras. Aun así, ni ese choque brutal entre realidad y fantasía acabará con el Poeta, porque esa Belleza revelada y su verdad son eternas. Ellas, igual que el amor y el aprecio que en vida ha suscitado el Poeta, se mantendrán. Como dice la autora, se convierte en un amor sin objeto, espectral (pág. 45). Así, la muerte no acaba ni con la Belleza, ni con la memoria, ni con el amor, los grandes temas de la poesía que, en diferentes formas, vuelven una y otra vez a lo largo de la historia de la humanidad. Por eso, estamos de acuerdo en que la muerte tiene algo de juego de prestidigitador, según se lee en esa misma página. Nunca anulará ese flujo de la vida en el tiempo, tan bergsoniano, en el que permanecen desplegados los grandes hitos y hallazgos del pensamiento. Dicho de nuevo en términos aristotélicos, hay una parte del alma, precisamente la que es capaz de alcanzar lo sublime mediante el pensamiento, que es eterna. No lo es toda ella, pues como afirmaba y demostraba el estagirita eso es imposible, aunque sí es eterna el alma de esa razón que era capaz de cultivar la virtud dianoética que citábamos antes. Con ella, con el Poeta y con la Belleza llegamos a esta obra híbrida que se presenta con morfología de teatro cuando en realidad es más pensamiento -o dicho con precisión, sabiduría- y poesía, otra manera de expresar esa misma sophia griega.

    Los llamados decadentistas del siglo XIX fueron pioneros en la denuncia de la sociedad de esencia materialista que ya veían consolidada hacia casi dos siglos. Por eso les llamaron decadentistas, porque la consideraban decadente, degenerada y corruptora de lo que en verdad consideraban importante en la vida del hombre: de nuevo, era el espíritu. El mejor ejemplo de ellos es Joris-Karl Huysmans con su extraordinaria obra À rebours (A contrapelo). Allí surge la figura del dandy como ejemplo de belleza desafiante y emergen también las sensaciones, cultivadas al límite, hasta la sinestesia y el roce de lo divino, más místico que mórbido. Los decadentistas se acercaron tanto a la muerte que la experimentaron en vida, igual que el éxtasis, a los que consideraron expresiones de Belleza cuya búsqueda es el más noble objetivo del ser humano. Siguiendo en esta senda de la exposición entendemos bien que las cosas valen solo en cuanto son bellas. Esto lo conoce bien el artista, que ha entendido que, como demostrara Kant, son bien distintos valor y precio, de modo que solo los necios confunden valor y precio, conocida afirmación que hiciera Juan de Mairena, el alter ego de Machado. De manera que el artista, por una parte, no trafica con la Belleza, a la que considera el valor auténtico, y por otra es -con pleno derecho- el aristócrata de la Belleza. Y decimos aristócrata con el sentido original, que es el que indica su etimología al significar el gobierno o poder de los mejores, lejos del sentido de tinte despectivo con el que la utilizamos hoy. Así la obra que nos ocupa: un canto al pensamiento que conduce a la Belleza y a lo auténtico del espíritu.

    La Belleza se descubre entre claroscuros y, como la verdad, se construye al hacer camino, en diálogo con uno mismo y con los otros. Lo sabe bien Martín del Burgo, pues ya al comienzo de la obra, en la Introducción, señala que Lo abstracto busca ser materializado, tomar forma y cuerpo, encarnarse (pág. 19). Esta es la clave de la pieza y también la de la vida cuando es auténtica, un camino de búsqueda y de indagación. Este proceso de indagación, largo y complejo, aboca a otro problema: el de definir la identidad propia, sea la real o la del personaje de ficción. Se trata de un ejercicio de rebelión desde la condición de personaje como los de Pirandello (Seis personajes en busca de autor) o Unamuno (Niebla). Como estos, los tres personajes de nuestra obra -El Poeta, la Soledad y la Belleza) buscan liberarse de la ficción en la que están presos y transformarse en carne viva, en la del lector o espectador que los contempla. Sólo así pueden hacer un camino inverso, en verdad generoso: pasar a la vida real y contaminarla felizmente, virtuosamente si se prefiere, con lo auténtico. He aquí el más destacado objetivo, o más bien aspiración, del arte: descubrir la esencia del ser en la Belleza. Ello nos conducirá, nada más y nada menos, que al mayor de los goces, el estético. Esto es valor y virtud, lo demás, precio.

    Al final de la obra el Poeta pregunta a la joven, personificación de la Belleza, que cuándo la volverá a ver. La joven / la Belleza le responde con sabiduría que siempre (pág. 82). Y aquí se vuelve relevante la cita de Jennie en la novela de Norman Nathan (1940) o en la extraordinaria película posterior de William Dieterlie (1948): De donde yo vengo, nadie lo sabe. A donde yo voy, todo va. El viento sopla, todo fluye y nadie lo sabe. El camino de búsqueda está ya trazado. Queda el encuentro, una labor individual de entrega que sólo con esas mentes aristócratas del artista puede alcanzarse. Ese es el pensamiento, la Belleza, la Verdad de lo auténtico y su descubrimiento. Es, en esencia, lo que se nos revela en esta obra de teatro. Sea bienvenida.

    Luis Carlos ÁLVARO GONZÁLEZ

    Madrid, mayo de 2025.